Regresábamos de una patrulla de reconocimiento por la ruta Lithium, mi vehículo era el cuarto de la columna. No recuerdo la explosión, posiblemente perdí el conocimiento por unos instantes. Los gritos de mi conductora me devolvieron a la realidad, me encontraba en una postura extraña, aturdido, algo me quemaba la zona lumbar y un tramo del cinturón de seguridad me aprisionaba el cuello, dificultándome la respiración y el habla. Creo que en ningún momento fui consciente de las heridas que había sufrido, aunque al escuchar la agonía de mi conductora supe que la situación era grave. De hecho, cuando dejó de gritar me temí lo peor y le ordené que siguiera gritando. No recuerdo que me doliera excesivamente la pierna, me preocupaba más el no sentirla.
Cuando me desperté dos días después en el Role-2 de Herat, no recordaba absolutamente nada de lo que había pasado, mi primer pensamiento fue: ¿qué hago aquí? Entonces me explicaron lo sucedido y me dijeron que todos los ocupantes del vehículo estaban fuera de peligro, lo que me alivió bastante. Recuerdo que estaba tapado de cintura para abajo y note que faltaba algo, por eso mi siguiente pregunta fue: me han amputado la pierna, ¿verdad? Cuando me respondieron afirmativamente, lo primero que pensé fue que mi carrera militar había terminado. Aún no hacía un año que había recogido mi despacho de Teniente y ya no iba a poder seguir desempeñando mi profesión, aquella por la que llevaba casi 10 años luchando. Había tenido el privilegio de mandar una sección de hombres y mujeres magnificos y ahora tocaba separarme de ellos.
Después del viaje de regreso a España, vinieron 4 largos meses de convalecencia en el Hospital Gómez Ulla, en los que, afortunadamente me sentí en las mejores manos y en los que el apoyo de familiares, amigos y compañeros de profesión fue una constante. También debo añadir los numerosos reconocimientos que he recibido, como la Cruz al Mérito Militar con distintivo amarillo, Medalla de Oro de la Cuidad Autónoma de Melilla (junto al soldado Ibrahim Maanan Ismael, que resultó herido en el mismo ataque) y el Premio del Club Gotia.
Tras recibir el alta médica, regresé a Melilla para continuar con la rehabilitación y seguir aprendiendo a manejar la prótesis. En diciembre, con lágrimas en los ojos, tuve que despedirme de mi querida unidad, el RIL. Soria 9. Debido a mi pérdida de aptitud física, había dejado de estar destinado en el Regimiento. Atrás quedaban mis leales subordinados, mis atentos jefes y mis excelentes compañeros. No obstante, tengo la esperanza de que esa despedida se convierta en un hasta luego. Ahora mi lucha consiste en demostrar que sigo siendo útil para el servicio. Mi deseo es continuar trabajando por la seguridad de mi país y regresar a los puestos de mayor riesgo y fatiga. Mi cuerpo está mutilado, pero mi espíritu y mi vocación se encuentran intactos. La preparación de un oficial de infantería incluye formación física, táctica, técnica y moral. Considero que la amputación sólo me limita en la primera de ellas, al menos de momento. De lo que no tengo ninguna duda es de que fue únicamente la pierna, no la cabeza ni la ilusión, lo que perdí en aquel polvoriento camino de Afganistán.
Agustín Gras Baeza
Teniente. Herido en Afganistán
Visto en: La Razón
Cuando me desperté dos días después en el Role-2 de Herat, no recordaba absolutamente nada de lo que había pasado, mi primer pensamiento fue: ¿qué hago aquí? Entonces me explicaron lo sucedido y me dijeron que todos los ocupantes del vehículo estaban fuera de peligro, lo que me alivió bastante. Recuerdo que estaba tapado de cintura para abajo y note que faltaba algo, por eso mi siguiente pregunta fue: me han amputado la pierna, ¿verdad? Cuando me respondieron afirmativamente, lo primero que pensé fue que mi carrera militar había terminado. Aún no hacía un año que había recogido mi despacho de Teniente y ya no iba a poder seguir desempeñando mi profesión, aquella por la que llevaba casi 10 años luchando. Había tenido el privilegio de mandar una sección de hombres y mujeres magnificos y ahora tocaba separarme de ellos.
Después del viaje de regreso a España, vinieron 4 largos meses de convalecencia en el Hospital Gómez Ulla, en los que, afortunadamente me sentí en las mejores manos y en los que el apoyo de familiares, amigos y compañeros de profesión fue una constante. También debo añadir los numerosos reconocimientos que he recibido, como la Cruz al Mérito Militar con distintivo amarillo, Medalla de Oro de la Cuidad Autónoma de Melilla (junto al soldado Ibrahim Maanan Ismael, que resultó herido en el mismo ataque) y el Premio del Club Gotia.
Tras recibir el alta médica, regresé a Melilla para continuar con la rehabilitación y seguir aprendiendo a manejar la prótesis. En diciembre, con lágrimas en los ojos, tuve que despedirme de mi querida unidad, el RIL. Soria 9. Debido a mi pérdida de aptitud física, había dejado de estar destinado en el Regimiento. Atrás quedaban mis leales subordinados, mis atentos jefes y mis excelentes compañeros. No obstante, tengo la esperanza de que esa despedida se convierta en un hasta luego. Ahora mi lucha consiste en demostrar que sigo siendo útil para el servicio. Mi deseo es continuar trabajando por la seguridad de mi país y regresar a los puestos de mayor riesgo y fatiga. Mi cuerpo está mutilado, pero mi espíritu y mi vocación se encuentran intactos. La preparación de un oficial de infantería incluye formación física, táctica, técnica y moral. Considero que la amputación sólo me limita en la primera de ellas, al menos de momento. De lo que no tengo ninguna duda es de que fue únicamente la pierna, no la cabeza ni la ilusión, lo que perdí en aquel polvoriento camino de Afganistán.
Agustín Gras Baeza
Teniente. Herido en Afganistán
Visto en: La Razón
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