Dicen que hará buen día, pero en Afganistán todo es posible y nada es previsible. Amanece soleado y termina nevado. Así es este duro país que somete a su población a un climatología extrema que los locales soportan con la misma indumentaria los 365 días al año, chancletas y shalwar kamiz, una camisola larga rematada en bombacho, para ellos. Y velo con túnica o burka para ellas.
6.30 horas de la mañana. El convoy de 39 vehículos militares y civiles está preparado para recorrer los 35 kilómetros que separan la base de Qala i Naw del puesto avanzado de Ludina. Por primera vez en diez años, un grupo de periodistas españoles, entre los que se encuentra EL PERIÓDICO DE CATALUNYA, visitará las instalaciones del puesto avanzado de combate (COP en sus siglas en inglés) que en estos momentos soporta el hostigamiento más duro de la insurgencia. Mil metros cuadrados y fortificados en mitad en la nada, en la que dos centenares de legionarios y otro medio centenar de militares adoctrinan a un batallón del Ejército afgano con el que patrullan a diario por los inhóspitos caminos de la zona.
El teniente Jesús Picazo prepara las últimas órdenes antes de la salida, en la base de Qala i Naw. Recuerda a los conductores de todos los vehículos que está prohibido circular por los laterales de la ruta. "Hay que seguir la rueda marcada" de los vehículos de vanguardia que se encargan de garantizar la seguridad de la ruta. Es decir, que miran de que no haya presencia de IED (artefactos explosivos improvisados, en sus siglas en inglés), el arma más mortífera de los talibanes.
Obligatorio casco y chaleco
El cielo está despejado, del enorme restaurante de la base de Qala i Naw se escapa el olor a café y pan tostado. El convoy arranca. No es un juego. Ni una excursión preparada par el divertimento de los periodistas. El convoy es uno de los que mensualmente lleva víveres y material a la base de Ludina. En esa misma ruta, otros han perdido la vida. Por tanto, es obligatorio usar casco y chaleco antibalas, incluso en el interior de los blindados. Arranca el convoy, que recorre el centro de Qala i Naw, y circula por un pobre y destartalado mercado que empieza a despertar. El ritmo de la caravana es muy lento. Se circula a una media de 20 kilómetros por hora. No hay prisas. Lo único importante es llegar. En el RG-31 de la cola del convoy, el legionario Jesús Morales, no aparta sus casi trasparente ojos azules de la pantalla de su puesto de tirador. Como si de un mando de videojuego se tratara, el tirador controla con una visión perfecta todo lo que ocurre a más mil metros de distancia. Acerca y aleja la imagen. El zoom es perfecto. Se preocupa especialmente de las colinas, y al atravesar los poblados, de las azoteas de las casas. No para. Su mirada está clavada en la pantalla. No pierde ni un solo movimiento. El zoom atrae cualquier objeto sospechoso.Este tramo de la ruta Lithium ha sido arreglado. En la calzada hay gravilla, pero aún así, algunos baches hacen saltar por los aires al menos liviano. Es temprano todavía, los colegios no han abierto sus puertas, y los críos se arremolinan en las puertas de sus chabolas para ver el paso de la comitiva. A la salida de Qala i Naw, dos renacuajos recogen piedras, se las esconden, y las arrojan contra un blindado. ¿Travesuras o hartazgo? El teniente coronel Javier García Calvo responde rápido: “Cosas de críos”.
Tres horas para recorrer 35 kilómetros
El paisaje es monocromático, de un marrón achocolatado que solo en algunos tramos de los inmensos valles que conducen hasta Ludina empiezan a enverdecer. Son cosas de una primavera que en Afganistán regala flores de papel y ropa con las que los afganos gustan adornar sus coches y motocicletas. De vez en cuando en el camino, aparece un grupo de casas. Cuesta distinguirlas porque se mimetizan en el marrón del paisaje. Se trata de construcciones sencillas, cuadradas, de adobe, con plásticos en el techo, puertas que no cierran, y sin ventanas. No hay agua corriente, no hay luz, no hay nada. Las mujeres no se ven, solo algún hombre irrumpe de vez en cuando en el paisaje, de cuclillas, sobre un muro, o al pie de la carretera. Están acostumbrados. Ya no se inmutan al paso de los vehículos militares, entre una guerra y otra, casi no quedan afganos que hayan vivido en tiempos de paz.El convoy se detiene en mitad del camino. El equipo responsable del control de artefactos se dirige a uno de los puntos de los denominados históricos. Como el asesino que dicen que regresa al lugar del crimen, la insurgencia tiende volver a colocar una mina allí donde en otra ocasión ha conseguido hacerla estallar. Parece ridículo, pero es así. Los servicios de inteligencia de la legión lo saben y revisan esos puntos en cada trayecto por la carretera que conduce al norte. Cada inspección supone un parón de más de media hora. Como mínimo. Cualquier elemento o persona sospechosa en la carretera detiene también al convoy. No se asumen riesgos. No vale la pena. La misión es llegar. No importa cuándo. Todo se enlentece. Al final, los 35 kilómetros se recorren en más tres horas.
Un homenaje a Ferran Adrià
El puesto avanzado de Ludina no es como a uno se lo cuentan, ni siquiera como se lo imagina. Mil metros cuadrados enclavados en un valle rodeados de amenazantes montañas que los insurgentes utilizan como puntos de hostigamiento. Las condiciones del puesto son mucho mejores de lo esperado. El ingenio militar hace el resto. Baños de fabricación casera, con su agua caliente, y cocina con el rótulo de El Bulli que otro destacamento anterior colocó en honor al cocinero Ferran Adrià. Dos legionarios al frente de los fogones, Erika Julieth y Fernando Ureña, mantienen el buen nombre del cocinero catalán con las mejores paellas y pasteles de la comarca.Son días de movimiento. Unos vienen y otros se van. Tras dos meses y medio intensos y duros, durísimos, porque Ludina es, sin duda, el más peligroso destino en estos momentos en Afganistán, el capitán Carnerero y sus hombres recogen bártulos para regresar a la base de Qala i Naw. El capitán Armada toma el relevo. Son buenos amigos. "De lo mejor que tenemos en la legión", asegura el coronel Demetrio, el responsable del contingente en Afganistán. Es curioso, sus mujeres, la de Armada y Carnerero, se conocen, son amigas, y en estos meses de complicadas misiones comparten sus miedos y preocupaciones, que las tienen, como el resto de familiares de los legionarios, Pero el teniente coronel Carlos Echevarría, el segundo del contingente en Afganistán, lo tiene claro: "Hay que contar lo que pasa. Sin dramatismos, sin edulcorar, sin preocupar a las familias, pero sin mentir". Y lo que pasa exactamente en Ludina, y lo que hace el Ejército en ese puesto avanzado de hostigamiento permanente de los talibanes, lo contaremos, pero será en el capítulo siguiente
Extraído de: "El Periodico"
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