«La sensación cuando uno pisa por primera vez el aeropuerto de Kabul es su magnitud y la gran cantidad de gente que trabaja allí». Así recuerda el teniente coronel Fernando Bernal el día que aterrizó en la capital afgana. Es uno de los 121 militares del Cuartel General de Bétera que en enero partieron desde Valencia para integrarse en el mando de la misión internacional de la OTAN en Afganistán.
Cuando aceptaron formar parte del contingente sabían que durante seis meses, algunos por más tiempo, no iban a ver a sus familias. Sólo con videoconferencias, correos, o llamadas de teléfono pueden sentir el calor de los suyos en el invierno más frío de los últimos años en Kabul. Su casa ahora se llama IJC, siglas de ISAF Joint Command, epicentro de las decisiones militares en un país que lucha por librarse del yugo de los talibanes.
Por primera vez desde que llegaron a Kabul, los españoles de la misión abren la puerta a un medio de comunicación nacional. LAS PROVINCIAS se adentra en su día a día. Y lo cierto es que todos son de trabajo. Para los militares destinados, muchos valencianos, no hay sábado ni domingo. Al menos como los entendemos aquí. Descansan por horas, sin librar ni un festivo.
Lo que tienen que construir allí no es sencillo. Así lo resume, el general Javier Cabeza, el mando de Bétera que capitanea el gran barco del IJC junto al norteamericano Curtis Michael Scaparotti, uno de los hombres de mayor confianza de Obama en Afganistán junto al general John R. Allen. «Operaciones de seguridad para proteger la población, crear un entorno estable y constituir y adiestrar a las Fuerzas de Seguridad Afganas», resume el curtido militar de Guadalajara.
Cabeza estima que las cosas avanzan a buen ritmo en ese relevo de poder que permitirá la retirada de las tropas internacionales. Pero ese optimismo no le lleva a ocultar que ISAF «es una misión difícil y peligrosa, la más compleja a la que la OTAN se haya enfrentado nunca bajo los auspicios de la ONU».
«Cuídate y cuídalos»
Todos saben que el país sigue siendo sinónimo de un peligro que acecha en cada esquina. En cada una de sus precarias carreteras y caminos. El mensaje que la esposa de Cabeza le trasladó emocionada en la videoconferencia de Fallas desde el Ayuntamiento de Valencia lo certifica: «Cuídate y cuídalos».
Durante su estancia en la capital afgana dos militares americanos fueron asesinados por la insurgencia en el Ministerio de Interior afgano. Ocurrió a finales de febrero, durante la crisis de la quema de los coranes. Por las mismas fechas, el soldado español Ivan Castro Canovaca recibió un impacto de bala en un ataque de insurgentes.
Pese admitir el riesgo sin tapujos, Cabeza considera que la estabilidad en Afganistán es «crucial» . «Nunca permitiremos que el país vuelva a ser un santuario para el terrorismo», afirma el general al tiempo que califica de «consistente» la estrategia de la misión.
El cabo primero Julio Rochina, valenciano y padre de cinco hijos, al realizar gestiones de personal del Cuartle General junto con un sargento americano, conoce bien el lado más humano de la misión.
«Afortunadamente vivimos una temporada en la que las bajas no son muy numerosas, pero como es lógico, jamás son bienvenidas». Rochina suele trabajar de ocho de la mañana a siete de la tarde, pero cuando las cosas se complican sirve «hasta altas horas de la madrugada».
El militar asegura que los envíos de la familia con «paquetes de comida de nuestra tierra son esperados con ansia». «Y creedme», añade el cabo de Bétera, «el jamón no sabe igual en casa que cuando uno lo comparte aquí en Kabul».
Pero para añoranzas las de la comandante Mayte Santafosta. La que fue fallera mayor en la falla Nou Campanar ha vivido en Kabul el ansiado doblete de su comisión fallera, premiada este año en la falla principal y en la infantil. Pero eso no es nada si lo compara con lo que echa de menos a su hijo. El niño está con sus abuelos y el marido de Mayte, el teniente coronel José María Soto, le acompaña en la misión de Kabul.
«Suelo hablar casi a diario con ellos y hemos hecho alguna conferencia por Skype. Podría hacerlo más a menudo pero, a diferencia de la mayoría, cuando hablo con ellos siento una gran melancolía. Se me hace difícil cuando trato con mi hijo y pienso lo mucho que me gustaría estar allí para poder abrazarlo», afirma con añoranza.
Para esta madre, lo único que compensa es esa satisfacción que todo militar encuentra en el deber. «El convencimiento de que lo que estoy haciendo aquí es bueno para el pueblo afgano». La reflexión de la comandante va más allá. «Y si es bueno para Afganistán lo es para la estabilidad internacional, que incluye a mi país y, por ende, un mundo mejor para mi hijo y su generación».
La comandante médico, junto a tres americanos, presta apoyo sanitario a las fuerzas de la coalición y coopera con las estructuras médicas del Ejército y la policía afgana. A diferencia del resto de sus colegas cuenta con la presencia de su esposo en la base. «La verdad es que nos vemos poco. Sólo en las comidas, pero es un apoyo inigualable», destaca.
Su vida es muy similar a la del resto de militares. El despertador suena a las 7.30 horas. Desayuno, gimnasio, ducha rápida y a trabajar. El horario para comidas comienza a las 11.30 horas y termina a las dos de la tarde. Por delante quedan otras seis horas de servcio a la misión hasta las ocho.
Lo más parecido a un fin de semana que hay en el IJC son los 'sleepyday', dos días en los que los militares empiezan a trabajar a mediodía. Esta pequeña 'tregua' en el apretado horario les permite llevar la ropa a la lavandería, limpiar su habitación o sencillamente quedarse un poco más entre sábanas, «que se agradece bastante».
Las amplias instalaciones del IJC constituyen la morada habitual para los militares de Bétera. Las salidas por Kabul por imperativo de la misión o en los pocos momentos de ocio se producen con cuentagotas y han disminuido en los últimos meses a raíz del conflicto tras la crisis de la quema de los coranes. Los mínimos de seguridad que deben adoptar en estos desplazamientos vienen marcados por los incidentes más recientes fuera de la base, sean atentados, ataques armados u otras revueltas. Y esos niveles pueden variar de un día para otro o en la misma jornada.
En el IJC no todo son barracones y ordenadores. Hay un pequeño espacio para el ocio en un mar de hangares, helicópetos y aviones. El centro militar dispone de varios restaurantes: un tailandés, un libanés, una pizzería o el local americano 'Air Force One'. Los jueves, la comandante Santafosta sale a cenar con colegas españoles. «Rompemos un poco la rutina, charlamos o cambiamos impresiones». Por unos minutos, abandonan el inglés, idioma obligado en la misión, «y podemos hablar en el maravilloso idioma de Cervantes», explica.
Embajadores del valenciano
La barrera del idioma o la procedencia cultural no es un problema en el aeropuerto de Kabul, una torre de Babel con habitantes de color caqui. El brigada Miguel Ángel Lodeiro, vecino de Valencia, es el jefe de control de accesos al IJC y celebra la gran «cohesión» que está logrando el equipo a su mando, con españoles, americanos y alemanes. «Los nuestros ejercen de buenos embajadores del idioma. Aquí tenemos a gente de Chicago, Texas o Berlin que ya sabe decir 'bona vesprada' o 'que pasa, nano'», destaca.
El aporte de Bétera a Afganistán ha llegado este mes a su ecuador. Después les relevarán otros. El cabo Rochina tiene muy asumido el calendario. «Ya nos queda poco para volver a casa, ver a nuestras familias y sentirnos satisfechos por el deber cumplido». Esta es su reflexión: «Cuando pase el tiempo y nuestro grano de arena haya servido para la paz de este pueblo podremos decir a nuestros hijos...yo estuve allí».
Fuente: Las Provincias.
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