"¿Qué le pasaba a mi niña que no fue al colegio?", pregunta un
militar español por teléfono. "¡Ah, claro, era huelga!", añade después,
sin haber caído en la cuenta de que el 29 de marzo fue huelga general en
España y los centros educativos no impartían clase.
En el puesto avanzado de combate de Ludina es fácil perder la noción del tiempo y de la realidad. Se trata del campamento español situado en una zona de mayor riesgo en la provincia de Badghis, en el noroeste de Afganistán, a pesar de que todos los militares destinados allí intenten restar importancia a la situación. "Se la decoro", comenta con estas palabras el soldado Iñaki Dorado cuando se le pregunta si explica a su familia cuál es la realidad en el campamento.
Ludina es una localidad de población de etnia pastún, la misma que la de los talibán, situada a tan sólo 35 kilómetros de la capital de Badghis donde las tropas españolas tienen su principal base de operaciones en la provincia. A pesar de esto, el acceso es difícil. Sólo se puede llegar hasta allí a través de la ruta Lithium, una carretera de tierra que la Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo (AECID) ha arreglado recientemente pero que continúa siendo un lugar donde los talibán acostumbran a esconder artefactos explosivos.
A partir de Ludina, la situación es incluso peor. Todavía no se han hecho obras en la carretera, aunque están previstas, y los talibán campan a sus anchas. El coronel Demetrio, responsable de las tropas españolas en Badghis, admite que incluso raptan y roban a la población local. Se podría decir que los soldados españoles en Ludina se encuentran en la frontera entre la zona donde llega la mano del Gobierno de Kabul y la que la insurgencia continúa ganando el pulso al presidente Hamid Karzai. De ahí su peligrosidad.
"Siete, ocho, nueve...", afirma el capitán Miguel Ángel Carnerero, responsable del campamento hasta la semana pasada, sin precisar cuántas veces los talibán les han atacado desde que llegó a la base hace casi tres meses. "No me acuerdo bien", añade para justificar la vaguedad de su respuesta. En la base hay siete artilleros que hacen guardia noche y día al lado de dos lanzadoras de mortero de 81 mm para repeler posibles ofensivas.
"¿Y tú cómo te encuentras?", continúa la conversación el militar español al teléfono. El locutorio es una tienda de campaña destartalada con poca luz donde se han colocado varios tableros medio torcidos como separadores para conferir una cierta privacidad al que habla. El lugar es completamente tétrico. El conjunto del campamento de Ludina es así, muy espartano. Lo conforman una sucesión de tiendas de campaña, sacos de tierra y bloques de hormigón, que le confieren una cierta apariencia de fortaleza medieval. Una gran bandera española preside la entrada con un letrero que dice: FOB Bernardo de Gálvez II, el nombre real del campamento.
El agua es limitada y los soldados cocinan y se lavan la ropa ellos mismos. A pesar de ello, la mayoría asegura que prefiere estar en Ludina que en la gran base de las tropas españolas en Qala-e-now, donde hay más comodidades.
El soldado Dorado explica que en Ludina están subdivididos en grupos y normalmente les toca salir en misión una vez cada tres días. Por lo tanto, eso les mantiene ocupados. A pesar de ello Dorado lleva buena cuenta del tiempo que ha estado en Ludina: "Seis meses y un día", responde. Afirma que el invierno fue especialmente duro, con temperaturas de 15 grados bajo cero y sin agua, y que la quema de ejemplares del Corán por parte de soldados estadounidenses en la base militar de Bagram, al norte de Kabul, dificultó aún más la situación.
"La gente estaba más tirante porque nos metía a todos los soldados extranjeros en el mismo saco", explica sobre la población afgana. Durante más de una semana los militares españoles dejaron de tener relación con el Ejército afgano por razones de seguridad, ya que los talibán hicieron un llamamiento a las fuerzas de seguridad afganas para que se pusieran en contra de las tropas internacionales.
Fuente: El Mundo; Vídeo
En el puesto avanzado de combate de Ludina es fácil perder la noción del tiempo y de la realidad. Se trata del campamento español situado en una zona de mayor riesgo en la provincia de Badghis, en el noroeste de Afganistán, a pesar de que todos los militares destinados allí intenten restar importancia a la situación. "Se la decoro", comenta con estas palabras el soldado Iñaki Dorado cuando se le pregunta si explica a su familia cuál es la realidad en el campamento.
Ludina es una localidad de población de etnia pastún, la misma que la de los talibán, situada a tan sólo 35 kilómetros de la capital de Badghis donde las tropas españolas tienen su principal base de operaciones en la provincia. A pesar de esto, el acceso es difícil. Sólo se puede llegar hasta allí a través de la ruta Lithium, una carretera de tierra que la Agencia Española de Cooperación Internacional al Desarrollo (AECID) ha arreglado recientemente pero que continúa siendo un lugar donde los talibán acostumbran a esconder artefactos explosivos.
A partir de Ludina, la situación es incluso peor. Todavía no se han hecho obras en la carretera, aunque están previstas, y los talibán campan a sus anchas. El coronel Demetrio, responsable de las tropas españolas en Badghis, admite que incluso raptan y roban a la población local. Se podría decir que los soldados españoles en Ludina se encuentran en la frontera entre la zona donde llega la mano del Gobierno de Kabul y la que la insurgencia continúa ganando el pulso al presidente Hamid Karzai. De ahí su peligrosidad.
"Siete, ocho, nueve...", afirma el capitán Miguel Ángel Carnerero, responsable del campamento hasta la semana pasada, sin precisar cuántas veces los talibán les han atacado desde que llegó a la base hace casi tres meses. "No me acuerdo bien", añade para justificar la vaguedad de su respuesta. En la base hay siete artilleros que hacen guardia noche y día al lado de dos lanzadoras de mortero de 81 mm para repeler posibles ofensivas.
"¿Y tú cómo te encuentras?", continúa la conversación el militar español al teléfono. El locutorio es una tienda de campaña destartalada con poca luz donde se han colocado varios tableros medio torcidos como separadores para conferir una cierta privacidad al que habla. El lugar es completamente tétrico. El conjunto del campamento de Ludina es así, muy espartano. Lo conforman una sucesión de tiendas de campaña, sacos de tierra y bloques de hormigón, que le confieren una cierta apariencia de fortaleza medieval. Una gran bandera española preside la entrada con un letrero que dice: FOB Bernardo de Gálvez II, el nombre real del campamento.
El agua es limitada y los soldados cocinan y se lavan la ropa ellos mismos. A pesar de ello, la mayoría asegura que prefiere estar en Ludina que en la gran base de las tropas españolas en Qala-e-now, donde hay más comodidades.
El soldado Dorado explica que en Ludina están subdivididos en grupos y normalmente les toca salir en misión una vez cada tres días. Por lo tanto, eso les mantiene ocupados. A pesar de ello Dorado lleva buena cuenta del tiempo que ha estado en Ludina: "Seis meses y un día", responde. Afirma que el invierno fue especialmente duro, con temperaturas de 15 grados bajo cero y sin agua, y que la quema de ejemplares del Corán por parte de soldados estadounidenses en la base militar de Bagram, al norte de Kabul, dificultó aún más la situación.
"La gente estaba más tirante porque nos metía a todos los soldados extranjeros en el mismo saco", explica sobre la población afgana. Durante más de una semana los militares españoles dejaron de tener relación con el Ejército afgano por razones de seguridad, ya que los talibán hicieron un llamamiento a las fuerzas de seguridad afganas para que se pusieran en contra de las tropas internacionales.
Fuente: El Mundo; Vídeo
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