El sargento me permite ver como sus hombres de la 630 EOD Company procesan los componentes del artefacto que acabamos de encontrar en la cuneta de la Autopista N 1, la que une Kandahar con Kabul, una carretera clave para vertebrar el país. No solo pesan la cantidad de explosivo que había en la bomba, sino que clasifican sus componentes y estudian el método de detonación utilizado. Buscan huellas dactilares del que la puso, pero también patrones de montaje y restos de los elementos utilizados que les puedan llevar al que la diseñó, al "Bomb maker". En lo que va de año mas de cien soldados de la Coalición Internacional han muerto debido a la explosión de uno de estos artefactos improvisados, llamados en la jerga militar IED (Improvised Explosive Deviced). Lo peor es que las bombas no piensan, se quedan latentes hasta que alguien las pisa y detona el mecanismo de presión que las hace estallar. "El año pasado unos mil civiles murieron por este tipo de minas. Son casi 3 personas al día", me reconoce el doctor Alberto Cairo, director del Hospital que la Cruz Roja Internacional tiene en Kabul para atender a los heridos que quedan mutilados o terriblemente amputados.
"No, no somos unos yonquis de la adrenalina, como pinta la película de 'En tierra hostil', solo hacemos nuestro trabajo". El sargento Steven Maher, nacido en New Jersey, ha dejado fuera de juego (como le gusta decir) mas de mil bombas trampa u otro tipo de artefactos caseros. Los desactivadores son unos tipos francamente respetados por el resto de los soldados, ya que a menudo arriesgan su propia vida para salvarles a ellos. Ya son 111 los estadounidenses miembros de estas unidades muertos en las guerras de Irak y Afganistán. Según Maher, casado y con tres hijos, el trabajo en Afganistán es bastante más fácil que el que tuvieron en Irak. Las bombas que colocan los talibanes son muy básicas, toscas es la palabra que emplea, mientras que en Irak, reconoce, las de Al Qaeda y el resto de grupos insurgente eran mucho más sofisticadas y complicadas. Alli tenían que acercarse a desactivarlas, porque casi siempre estaban en núcleos urbanos, mientras que en Afganistán lanzan primero al robot y después, habitualmente y para minimizar riesgos, la detonan de manera controlada.
Acompañar a estos hombres en su quehacer diario es tener la sensación de que esa puede ser tu ultima mañana, tu ultimo viaje. Está claro que este es uno de los trabajos más peligrosos del mundo. En los días que pasamos con ellos, nuestra propia tensión se dispara a limites de colapso. Normalmente salen de la base tras la información o el chivatazo de alguien que ha visto algo raro en la carretera o en un sendero, como tierra removida recientemente o cables que sobresalen entre el pavimento. Una vez recibido el aviso, los desactivadores están listos en media hora. "¡Venga Jon, que han encontrado otra bomba, salimos ya...¡" nos grita un soldado. Vamos en el blindado en silencio, rumiando nuestra propia insensatez por subirnos ahí. Escuchando los gritos sordos del sentido común que te chillan que te bajes. Y te acuerdas de todos los tuyos. Y tratas de pensar en otra cosa. Y sudas. Y el miedo se te escapa por todos tus poros. Y te pones el casco. Y te lo quitas. Y piensas que si te va a explotar una bomba en el suelo quizás sea mejor ponerte el casco en el culo. Y te lo vuelves a poner y te das cuenta de que te duelen las sienes de tanto palpitar. Y se te seca la garganta. Y sonríes de manera nerviosa al soldado que tienes enfrente, a ese tipo que ha salido tantas veces en patrulla que le da igual todo, y que, lo ves en sus ojos, se está partiendo de risa de tu propia angustia. Hasta que el blindado frena y un militar circunspecto te dice: "¡Bajad, la bomba está a cien metros, cuidado dónde pisáis..¡"
"Los insurgentes van aprendiendo de nuestras técnicas. Probablemente ahora nos estarán mirando desde algún escondite -me dice la sargento Kendall-. Últimamente nos suelen poner artefactos secundarios o hasta terciarios en el mismo lugar. Cuando creemos que ya hemos acabado el trabajo, Boom, explota otro al lado, así que no os mováis del asfalto o seguir nuestros pasos". Y se pone a andar moviendo de izquierda a derecha un detector que emite un ligero zumbido. Y obviamente, nadie la sigue. Y todos contenemos la respiración mientras Kendall, literalmente, camina sobre las bombas. Y si la sensación de parálisis, de que casi no te puedes o no te quieres mover, es superior a ti, es quizás peor la certeza, como dice la sargento, de que haya alguien mirando con unos prismáticos. De que haya un talibán escondido tras unas rocas, pasando su dedo nervioso por encima del botón que activa la bomba mientras murmura que "Allah es grande". Esperando a que los desactivados se acerquen o que varios soldados del Ejercito Afgano se arremolinen cerca del explosivo secundario. Pensar que tu vida pueda estar en manos de alguien así es verdaderamente inquietante. Por eso, para minimizar bajas, es el robot el que se encarga de acercarse primero. Si no lo ven claro, si el técnico que rastrea las ondas de radio y las señales telefónicas que puedan activar el dispositivo no está seguro de poder bloquearlas, el robot coloca una pequeña carga de explosivo C-4 para reventarlo. Es lo que llaman BIP, "Blow in the Place", explotarlo en el sitio.
"Es una mezcla de sentido común, sangre fría, concentración y nervios de acero", dice el teniente Paul Finelli. Queda poco para que se acabe esta guerra. La mayor parte de las tropas de combate dejan el país en 2014. Estos hombres y mujeres, sin embargo, los desactivadores, se quedaran para seguir desminando un país sembrado de muerte por 40 años de conflictos ininterrumpidos. Como me dice el doctor Cairo, especialista en la rehabilitación de heridos por minas: "La guerra puede que se acabe, pero las bombas se quedan".
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