No hacían falta esas “pruebas”… Por supuesto que había agentes infiltrados el pasado 22 de marzo. Igual que los hay en todas las manifestaciones en las que se prevé que pueda haber algún incidente protagonizado por violentos, sean del signo que sean: extrema derecha, extrema izquierda, anarquistas... Esos infiltrados fueron los que averiguaron, minutos antes de que comenzasen las agresiones, que los radicales intentarían romper la línea policial que protegía la calle Génova. Y esos mismos policías infiltrados fueron los que el 23 de marzo identificaron al tipo que esgrimió el día anterior el casco de uno de los policías a modo de trofeo de guerra. El individuo acudió a los juzgados de la Plaza de Castilla para pedir la libertad de sus compañeros detenidos con la misma chaqueta que llevaba la noche de los disturbios y fue arrestado allí mismo.
De esa constatación de su existencia a asegurar que son los infiltrados los que provocan la violencia hay un viaje muy largo. “Gritan, se mezclan con ellos, pero no se dedican a tirar adoquines, son nuestros ojos allí, los que nos identifican a los elementos más violentos”, cuenta un responsable policial sobre los agentes encubiertos que actúan en las manifestaciones. “Y, lógicamente, se cuidan mucho de ser identificados. De hecho, en todas las protestas hay intentos de identificarlos, casi siempre fallidos”, añade el interlocutor.
Los infiltrados de Policía y Guardia Civil fueron fundamentales en la lucha contra el terrorismo. ETA fue perforada varias veces por agentes que se jugaron literalmente la vida para desarticular un comando o para llegar hasta la dirección de la banda. Una de estas infiltradas, una funcionaria de policía, llegó a convivir con dos terroristas del comando Donosti, a los que ella misma llevó en su coche a la cita en la que fueron detenidos. La mujer llegó a San Sebastián haciéndose pasar por militante del movimiento de objeción de conciencia y logró llegar hasta el corazón del comando, haciendo posible el arresto de los asesinos. ETA se encargó de poner en la diana a esta policía gracias a su aparato de propaganda: la revista ArdiBeltza, dirigida por Pepe Rei, publicó su fotografía y el domicilio de sus padres. Ahora, reside en algún país extranjero, al igual que un agente de la Guardia Civil que logró infiltrarse en la estructura que ETA tenía en Francia.
Los Grapo ha sido la banda más infiltrada, un verdadero coladero. Las fuerzas de seguridad golpearon innumerables veces a los comandos y a la dirección de los terroristas. Desde los años 70, los años de plomo de los Grapo, hasta las últimas detenciones de activistas procedentes del movimiento okupa, los infiltrados han sido clave en cada uno de estos golpes, sin que los militantes de la banda ni siquiera se enterasen de que Policía y Guardia Civil anidaban en sus entrañas y daban información precisa de lo que se cocía en el seno de los Grapo.
La lucha contra el crimen organizado y en especial el tráfico de drogas están aún muy lejos de ser un escenario para los policías infiltrados. La figura del agente encubierto aún no está bien desarrollada en nuestros textos legales, al igual que la del testigo protegido, y cuando ha habido alguna operación con este tipo de infiltración, los jueces han dictaminado que los policías estaban provocando el delito y, por tanto, han echado por tierra el procedimiento entero: “Le compramos mil pastillas de éxtasis a un tipo que vendía cien mil al mes y el juez nos dijo que habíamos provocado el delito, como si no fuera a vender si no comprábamos nosotros”, recuerda un ex policía de la Brigada Central de Estupefacientes.
Los infiltrados existen. Compran droga, pero no se ha demostrado que lancen adoquines.
Escrito por Manuel Marlasca para ZoomNews.
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