21 sept 2012
Balas y pancartas por Diego Mazón
Nos espera un otoño caliente. Manifestaciones que durante el verano han
quedado pospuestas por la espantada estival caerán sobre la capital con
estruendo. Los funcionarios saldrán a las calles con el cabreo propio de
quien ve cómo se le esfuma una paga extraordinaria. Y con razón. Estos
días me encuentro rodeado de funcionarios. Aquí tampoco les hace mucha
gracia perder esa paga. Más cuando allí fuera, más allá de su «oficina»,
se abre un desierto inmundo, latiendo a cincuenta grados y lleno de
barbudos afganos que sólo quieren masacrarle. Pero ese funcionario no es
uno cualquiera. Juró dar su vida por España y en ello anda, empeñándose
en ser tan ejemplar como pueda, tan valeroso como sea capaz y tan
eficaz como le enseñaron a serlo. Nunca he entendido cómo es que para
bajar sueldos todos los servidores públicos son iguales. Con todos mis
respetos, no es lo mismo el funcionario que está tras una ventanilla
atendiendo al contribuyente que el chaval que acaba de salir por la
puerta con un chaleco antibalas, un fusil y un «cliente» muy poco
amistoso. Su vocación va mucho más allá del mero servicio público. Pone
su vida a los pies de sus ciudadanos para que éstos no tengan que poner
la suya bajo la bota de algún descerebrado. Allá donde los mandan, van, y
en cada destino, en cada gesto, tratan de ser los mejores de la patria.
Porque ese término que a la progresía se le indigesta, no es otra cosa
que el ciudadano que tiene usted al lado, sus libertades, su historia,
sus sueños, y los de cada español que pulula por esta tierra que se nos
desmorona, y no por la crisis económica. A ellos la crisis también les
afecta, porque su sueldo es, simplemente, una mierda para el trabajo que
hacen, para lo que ponen en juego, para el servicio que nos hacen. Pero
allá se va el chaval, con el chaleco y el fusil. Sonríe antes de salir.
Su otoño caliente se compone de balas y minas, para que otros tengan la
libertad de coger una pancarta.
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