«Cualquiera que sea su origen, su religión, su
nacionalidad, cualquiera que sean sus títulos y nivel escolar,
cualquiera que sea su situación familiar o profesional, la Legión
extranjera le ofrece una nueva oportunidad para una nueva vida. Venga a
unirse a 7.699 legionarios de 136 países diferentes para construir un
futuro de excepción, donde honor y fidelidad son valores fundamentales».
A ese reclamo visto por internet atendió Iván Monteserín hace cinco
meses, tras desesperarse cursando un año de Derecho y con la vista
puesta en terminar ingresando en la Policía. Aunque esa opción también
le sacó de quicio: «¿30.000 opositores para 150 plazas? Era perder el
tiempo». Y lo mismo pasaba con el Ejército: «Aquí no tienes futuro.
Cobras 900 euros y estás todo el día chupando guardias».
Descartada la vía nacional, el gijonés tomó una decisión
que no comunicó a nadie hasta el último momento: intentaría el ingreso
en la unidad de élite del Ejército francés, la Legión extranjera, un
cuerpo conocido por la extrema dureza de sus métodos, que ponen a sus
hombres en situaciones límite en el plano físico, pero también en el
mental. La vanguardia de la tropa que, según cuenta este exalumno del
Codema de apenas 21 años, muy poco tiene ya que ver con ese lugar
romántico al que llegaban aventureros y aquejados de mal de amores y
bastante más con un mundo de mercenarios en el que poco importa si
tienes o no antecedentes penales. En el que, independientemente de tu
situación familiar (casado o soltero), todos serán alistados como
solteros.
Allí desembarcó en marzo para enfrentarse a un complicado
proceso de selección en Aubagne (cerca de Marsella), en el que tuvo que
someterse a «la Gestapo», la inspección minuciosa de la historia de su
vida, además de a distintos test (de resistencia, médicos, psicológicos)
tras escuchar de sus padres «que estaba loco» si cogía aquel avión
Madrid-Marsella para enrolarse sin saber ni una palabra de francés.
Los superó, uno a uno, hora a hora. Y pasó a ser «un bleu»:
«Te quitan todo lo que llevas, te dejan en pelotas y te dan un chándal
azul». Empieza así un entrenamiento de cinco meses en el que el
siguiente paso es convertirse en «un rouge» y firmar un contrato de
permanencia de cinco años: «No cumplirlo implica desertar».
Ya con el uniforme y el característico quepis blanco en la
cabeza, la diana suena a las cinco de la mañana durante esos cinco
meses, en los que deben soportar marchas interminables con una mochila
de treinta kilos al hombro y el Fusil de Asalto FAMAS, con el que Iván
Monteserín se ha convertido en un experimentado tirador, «empapados,
tiritando, entre el barro. Y, cuando llegas, el caporal te dice que esa
noche no vas a dormir, que la tienes que pasar en posición de firmes
mirando el emblema de la Legión».
La primera madrugada allí, pensó que no lo resistiría.
«Estoy seguro de que todos lo pensamos». Pero, contra todo pronóstico,
él lo hizo. Eso, y recitar hasta la extenuación el código de honor del
legionario, que obliga a mantener el arma «como el bien más preciado» y a
ir «al combate sin pasión y sin odio», sin abandonar «nunca a tus
muertos ni a tus heridos».
«Si alguien no se sabe el código, el castigo es para todos y
puede consistir, por ejemplo, en que, después de toda la mañana
haciendo maniobras sobre el terreno, te den dos minutos cronometrados
para comer».
Sobre los métodos «brutales» de los mandos, resume: «Caña,
gritos, disciplina, estrés. Pasar hambre y dormir poco. Flexiones,
sentadillas, reptar, arriba y abajo. Muchas putadas». Y así, cinco
largos meses en los que deben permanecer incomunicados en lo que llaman
«la granja», manteniendo una pulcritud que se milimetra. Es el
entrenamiento de los hombres destinados a luchar en primera línea de
fuego. Y, de hecho, se da por supuesto que, en los próximos cinco años,
entrarán en combate varias veces. «Ir a la guerra es nuestro trabajo y
las guerras siguen siendo un gran negocio para los países. En ese
sentido, España actúa como una ONG, siempre en misión humanitaria,
mientras que Francia saca beneficio de todos los países en cuyos
conflictos participa».
Al cabo de tres años (o inmediatamente «si derramas tu
sangre por Francia»), Iván tendrá derecho a la nacionalidad francesa y
virará su rumbo hacia lugares menos crudos: quizá hacia la Gendarmería o
hacia una consultoría militar privada.
Pero, de momento, ha pedido la Guayana como próximo
destino, donde pasará dos años en un regimiento de Infantería, esperando
entrar «en contacto» armado con los contrabandistas y narcotraficantes
que pueblan la zona. «Como dice un amigo, sólo hay dos cosas mejores que
el sexo: saltar de un avión y que te disparen mientras tú les disparas a
ellos».
Fuente: El Comercio
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