3 oct 2013

«El combate es mejor que el sexo»

«Cualquiera que sea su origen, su religión, su nacionalidad, cualquiera que sean sus títulos y nivel escolar, cualquiera que sea su situación familiar o profesional, la Legión extranjera le ofrece una nueva oportunidad para una nueva vida. Venga a unirse a 7.699 legionarios de 136 países diferentes para construir un futuro de excepción, donde honor y fidelidad son valores fundamentales». A ese reclamo visto por internet atendió Iván Monteserín hace cinco meses, tras desesperarse cursando un año de Derecho y con la vista puesta en terminar ingresando en la Policía. Aunque esa opción también le sacó de quicio: «¿30.000 opositores para 150 plazas? Era perder el tiempo». Y lo mismo pasaba con el Ejército: «Aquí no tienes futuro. Cobras 900 euros y estás todo el día chupando guardias».

Descartada la vía nacional, el gijonés tomó una decisión que no comunicó a nadie hasta el último momento: intentaría el ingreso en la unidad de élite del Ejército francés, la Legión extranjera, un cuerpo conocido por la extrema dureza de sus métodos, que ponen a sus hombres en situaciones límite en el plano físico, pero también en el mental. La vanguardia de la tropa que, según cuenta este exalumno del Codema de apenas 21 años, muy poco tiene ya que ver con ese lugar romántico al que llegaban aventureros y aquejados de mal de amores y bastante más con un mundo de mercenarios en el que poco importa si tienes o no antecedentes penales. En el que, independientemente de tu situación familiar (casado o soltero), todos serán alistados como solteros. 

Allí desembarcó en marzo para enfrentarse a un complicado proceso de selección en Aubagne (cerca de Marsella), en el que tuvo que someterse a «la Gestapo», la inspección minuciosa de la historia de su vida, además de a distintos test (de resistencia, médicos, psicológicos) tras escuchar de sus padres «que estaba loco» si cogía aquel avión Madrid-Marsella para enrolarse sin saber ni una palabra de francés.

Los superó, uno a uno, hora a hora. Y pasó a ser «un bleu»: «Te quitan todo lo que llevas, te dejan en pelotas y te dan un chándal azul». Empieza así un entrenamiento de cinco meses en el que el siguiente paso es convertirse en «un rouge» y firmar un contrato de permanencia de cinco años: «No cumplirlo implica desertar». 

Ya con el uniforme y el característico quepis blanco en la cabeza, la diana suena a las cinco de la mañana durante esos cinco meses, en los que deben soportar marchas interminables con una mochila de treinta kilos al hombro y el Fusil de Asalto FAMAS, con el que Iván Monteserín se ha convertido en un experimentado tirador, «empapados, tiritando, entre el barro. Y, cuando llegas, el caporal te dice que esa noche no vas a dormir, que la tienes que pasar en posición de firmes mirando el emblema de la Legión». 

La primera madrugada allí, pensó que no lo resistiría. «Estoy seguro de que todos lo pensamos». Pero, contra todo pronóstico, él lo hizo. Eso, y recitar hasta la extenuación el código de honor del legionario, que obliga a mantener el arma «como el bien más preciado» y a ir «al combate sin pasión y sin odio», sin abandonar «nunca a tus muertos ni a tus heridos».

«Si alguien no se sabe el código, el castigo es para todos y puede consistir, por ejemplo, en que, después de toda la mañana haciendo maniobras sobre el terreno, te den dos minutos cronometrados para comer».

Sobre los métodos «brutales» de los mandos, resume: «Caña, gritos, disciplina, estrés. Pasar hambre y dormir poco. Flexiones, sentadillas, reptar, arriba y abajo. Muchas putadas». Y así, cinco largos meses en los que deben permanecer incomunicados en lo que llaman «la granja», manteniendo una pulcritud que se milimetra. Es el entrenamiento de los hombres destinados a luchar en primera línea de fuego. Y, de hecho, se da por supuesto que, en los próximos cinco años, entrarán en combate varias veces. «Ir a la guerra es nuestro trabajo y las guerras siguen siendo un gran negocio para los países. En ese sentido, España actúa como una ONG, siempre en misión humanitaria, mientras que Francia saca beneficio de todos los países en cuyos conflictos participa». 

Al cabo de tres años (o inmediatamente «si derramas tu sangre por Francia»), Iván tendrá derecho a la nacionalidad francesa y virará su rumbo hacia lugares menos crudos: quizá hacia la Gendarmería o hacia una consultoría militar privada. 

Pero, de momento, ha pedido la Guayana como próximo destino, donde pasará dos años en un regimiento de Infantería, esperando entrar «en contacto» armado con los contrabandistas y narcotraficantes que pueblan la zona. «Como dice un amigo, sólo hay dos cosas mejores que el sexo: saltar de un avión y que te disparen mientras tú les disparas a ellos».

Fuente: El Comercio

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