Hoy hace 2 años del accidente del Helimer 207 en el que murieron 3 de sus tripulantes, en recuerdo suyo quería recuperar esta columna escrita el 29 de agosto del 2011 por Arturo Pérez-Reverte.
Hay héroes en la vida real. No sólo en el cine, la tele o la literatura. Usted y yo nos cruzamos con ellos con frecuencia, sin reconocerlos. Es
injusto, pero así son las cosas. La gente debería llevar su biografía
escrita en la cara. En la mirada. A veces la lleva, pero no todo el
mundo sabe leer allí. Pocos lo hacen. De cualquier modo, las biografías
visibles no son el caso. Los héroes pasan por nuestro lado sin que
reparemos en ellos. Se sientan en la terraza del bar, se sujetan a la
barra del metro o hacen cola en la oficina del paro, como tantos.
Conozco a uno con pinta de pobre diablo: un emigrante rumano que se
busca la vida trabajando de albañil en lo que puede. Es joven, de
maneras toscas. Un día, camino de la obra, vio que una anciana, a la que
no conocía de nada, quería tirarse por la ventana de un tercer piso. El
hombre trepó arriba como pudo y la estuvo sosteniendo, jugándose la
vida en el vacío, hasta que llegaron los vecinos y los bomberos. Después
se fue a acarrear ladrillos, como cada día, y agachó la cabeza cuando
el capataz lo abroncó por llegar tarde.
Sé de otro héroe, entre tantos, con el que se cruzan algunos de ustedes de vez en cuando. Lleva casi treinta años salvando vidas, pero
no se le nota. Es un tipo callado. Discreto. Supongo que nunca me
perdonaría que diese aquí su nombre, así que ni lo intento. Baste decir
que hay quien lo admira y quien lo ama. Quien le lleva la cuenta de los
rescates que ha realizado en el mar. Unos cuatro mil, calculan. Primero
como buceador y luego en Salvamento Marítimo. De manzanilla man, que
dicen allí; porque, como las bolsitas de infusión, lo cuelgan con un
cabo desde un helicóptero y lo sumergen en el agua para que trinque a la
gente. Duro que te rilas, imagínense. El pavo. Una vez salió su foto en
los periódicos, sujetando los intestinos de un fulano al que llevaban
en una zodiac camino del buque hospital Esperanza del Mar. Antes de
evacuar al herido tuvo que reducir a hostias al tripulante que se
paseaba por la cubierta del pesquero con un ataque de delirium tremens,
llevando en la mano el cuchillo con el que acababa de rajar a su colega.
Hace un tiempo, el helicóptero donde volaba con tres compañeros cayó
al agua frente a la costa de Almería. Cosas de la mala suerte. De que
salga tu número. Nuestro héroe es un hombre entrenado para esa clase de
situaciones: sabe cosas que el común de los mortales ignoramos. Así que
las puso en práctica por instinto de adiestramiento. Se llenó el pecho
de aire segundos antes del impacto, hiperventiló mientras se inundaba la
cabina, se zafó del arnés que lo ataba al helicóptero que se hundía, y
subió a una balsa salvavidas. Allí cogió un cuchillo y una linterna, se
quitó el chaleco inflado para poder sumergirse, y tras palpar la carne
levantada en su cuero cabelludo y comprobar que pese al golpe y las
heridas estaba entero, buceó de nuevo en busca de sus compañeros. No los
encontró. Agotado, volvió a la balsa. No usó las bengalas de mano
porque sabía que flotaba en una mancha de queroseno. Lanzó una con
paracaídas, se tumbó en la balsa y aguardó haciendo señales
intermitentes con la linterna. Rescatado por una patrullera de la
Guardia Civil, sus palabras en el hospital fueron «¡Cosedme ya,
joder!... ¡Tengo que ir a por mis compañeros!». Pero los tres habían
muerto en el impacto.
Hubo medallas con distintivo rojo para los cuatro. Los muertos y el superviviente. A menudo queda alguien para contarlo, aunque éste sea
poco amigo de contar. Aquel día, el telediario apenas mencionó la
noticia: un helicóptero de rescate caído al mar y tres palabras del
ministro del ramo. Punto. Nada sobre quiénes eran los tres
desaparecidos, qué los llevó a la muerte, cuántas vidas salvaron
jugándosela durante años y años. Nada sobre el cuarto hombre. El que
seguía vivo. El que se lamía las heridas. Por aquellos días aún lo
copaba todo el terremoto de Haití, más espectacular y vistoso.
Comparados con las conexiones en directo desde Puerto Príncipe, tres
rescatadores muertos eran poca cosa. Para lo que sí hubo espacio fue
para que la tele y los periódicos se ocuparan de las andanzas de Brad
Pitt y Angelina Jolie. Sus vacaciones solidarias en no sé dónde. También
en Haití, me parece. Tan humanitarios ellos. Tan guapos y tan fashion.
Hágase un favor, estimado lector. A usted mismo. Cuando vaya hoy a tomar un café, una caña o lo que sea, preste atención al apoyarse en la barra del bar o la cafetería.
Tal vez haya a su lado un hombre o una mujer, solos o acompañados, mojando un churro en la taza, despachando un pincho de tortilla o
tomándose una aspirina. Tipos normales, como usted o como yo. Gente de
infantería. Obsérvelos de reojo y con respeto, porque nunca se sabe.
Quizá esté mirando a un héroe.
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