Amanece en Herat. En el campamento español ya nadie duerme. No necesitamos toque de diana porque estamos deseando levantarnos.El calor es agobiante. Si por el día son normales los 50 grados a la sombra, por la noche también se dejan sentir dentro de las tiendas después de estar todo el día cerradas a cal y canto.La fauna que vive sobre el terreno tiene una especial predilección por las limpias carpas del destacamento hispano-italiano.
Mientras me despejo, miro el techo de mi mosquitero. No sé qué es peor: si seguir aquí tumbado empapado en sudor, decir que no me encuentro bien para que me den una aspirina y no tener que salir, o desafiar lo que me espera ahí fuera: calor, bichos, complicaciones y polvo. De momento me conformo con mirar el techo del mosquitero: casi una tienda de campaña dentro de la gigantesca tienda-parque hinchable, mientras pienso en España.
Dentro de poco volveré. Sí, volveré a ver a mi familia y volveré a la normalidad del paraíso que es España. Porque España es «el paraíso», sobre todo después de vivir varios meses en este infierno de arena y fuego abrasador. Tengo ganas de pasear por una calle de asfalto, tocar un árbol de verdad, respirar un poco de humedad y olvidarme de mirar continuamente al suelo para ver lo que piso, no sea que me muerda, me pique o me coma.
Pronto saldrá el sol. ¡Madre mía! Nunca había temido tanto su llegada. Miro también el uniforme que cuelga dentro del mosquitero.Me acuerdo de las botas. Y me acuerdo, como todos los días, de que tengo que mirar dentro antes de ponérmelas por si a alguno de nuestros insidiosos y pequeños enemigos del suelo afgano le ha gustado su olor.
Menos mal que el otro día se las pude cambiar a un compañero.Las que me dieron en el cuartel me estaban grandes. Y cuando fui a reclamar me dijeron que no tenían de mi número y que me las arreglara. Repaso mentalmente las veces que me compré zapatos civiles durante mi vida. Nunca tuve problemas en encontrar mi número. Estamos todo el día cambiándonos las prendas. Vamos, ni que lo hicieran aposta...
De repente se oye un alarido de terror, seguido de una sarta y retahíla de juramentos. Se oyen también las risas de otros compañeros. El más madrugador, todavía somnoliento, ha entrado en una letrina y sin asegurarse previamente de que no había visitantes, se ha topado con un animalito de la zona, animalito al que rápidamente desaloja ante su imperiosa necesidad. Les pasa muchas veces, a los nuevos, a los olvidadizos y a los que de madrugada acuden a desaguar. No siempre acaba bien. Sobre todo, cuando el animal, al sentir la presencia humana, cree ser atacado y defiende su vida.
Con suerte puede tratarse de un escorpión, una araña pequeña o una víbora. Pero si ese día los hados se levantan cruzados, puedes encontrarte con una araña-camello. Del tamaño de un plato de postre, tiene la particularidad de que ataca a lo que se le ponga por medio. Inyecta un potente anestésico que puede matar a un niño y que insensibiliza a un adulto para, mientras, írselo comiendo. Cuando está satisfecha, inyecta sus huevos dentro de la carne y se va. Su herida no es mortal, pero sí dificilísima de curar. Además, los huevos crecen dentro de la carne y cundo eclosionan generan nuevas situaciones similares, pues las crías se alimentan del huésped. Hay una auténtica plaga.
¿MISION DE PAZ?
Ésta es mi cuarta Misión. Y, afortunadamente, ya se está acabando.No vuelvo más. ¡Lo juro! Estoy harto de que siempre te avisen para venir de un día para otro, siempre deprisa, siempre sin tiempo. Corres para arreglar tus papeles, cuando debieran dártelo todo hecho, pero si no lo haces te puedes quedar sin las magras dietas que te corresponden. ¿Por qué? Me pregunto: si yo fuese a hacer un curso a Estados Unidos me darían más del doble de dietas diarias, que por venir a jugarme la vida aquí. Quizás, porque aquí no vengo a jugarme nada. Me han dicho que hemos venido a ayudar a esta gente, pero, a diferencia de hace tres años en Bagram, el Hospital no atiende a ningún civil afgano, sólo a los militares y a los de las ONG.
En mi ultima misión recuerdo que hacia frío, mucho frío. Ahora pienso que, quizás, aquélla era mejor. Aunque también los 20 grados bajo cero a veces pesaban demasiado. Iban a relevarnos un día, luego se retrasó una semana, luego más y casi al final doblamos el tiempo previsto. Esto es lo que más me molesta, el no saber... Es como cuando te dicen el día y la hora en que te vas y luego vuelves a casa. La familia se sorprende y tú les aclaras que no pasa nada, que simplemente se ha retrasado el vuelo. Quizás, al día siguiente te vayas, quizás a los dos días, pero la incertidumbre no me gusta, y menos la lotería.
Bueno, dentro de poco vuelta a casa. ¿Vacaciones? No sé. Siempre andamos con problemas. Falta gente, mucha gente. No, creo que no tendré vacaciones. No se cubren las plazas. La gente se marcha.Alguien me dijo el otro día que de los 50.000 soldados de nuestro ejército -esas son las cifras reales que se manejan entre los mandos profesionales- apenas hay operativos 15.000. Y con mucha suerte. Por eso siempre acabamos viniendo los mismos.
Los chavales vienen la primera vez en busca de aventuras. Pero a la segunda se dan de baja y a la tercera se quedan en su pueblo.Y los veteranos se ponen a concebir hijos como si les diesen un premio. O, si no, que me expliquen por que sus mujeres se quedan siempre embarazadas justo en los días de preparación de la misión.
No me extraña. Hay gente del EADA de Zaragoza que está más tiempo fuera de su casa que en ella. Y claro, la familia se queja: los hijos no te ven, la mujer se enfada y el matrimonio se rompe.Si al menos compensara... Pero estoy aquí, muerto de calor y de miedo por menos de 100 euros diarios. Bueno, si trabajase en una empresa me pagarían mucho más. Pero claro, mi trabajo sería más respetado, no como lo que piensan en mi pueblo de los militares. Bueno, piensan lo que les han inculcado y nada más.
A veces me pregunto quiénes hemos venido a Herat. Los militares de Tierra son los mas clásicos en esto. El Estado Mayor decide que Unidad va y dentro de ella se piden voluntarios. Si no se cubren las necesidades se asignan soldados forzosos. Por otra parte, es más fácil obtener una condecoración por ser el chofer de un general en España que por jugarse la vida en Afganistán.Y económicamente es desolador. El sueldo de un soldado ronda los 1.000 euros, a los que hay que añadirle unos 80 diarios de dieta en concepto de misión de paz en el extranjero. Una parte la recibes por adelantado, y el resto pueden tardar en pagártela hasta seis meses después de venir de la misión.
SIN AGUA
Son casi las ocho. Casi todos están ya en pie, pero la primera avalancha de las duchas ya se habrá terminado. Mejor así. El agua almacenada en el depósito y que está como un caldo, se estará reponiendo con otra más fresca. Muy importante: recuerda que no puedes hacer lo que haces en casa. Nada de beber el agua de la alcachofa pues a pesar de que los de sanidad están todo el día con sus controles, nos tienen prohibido beberla. Ni siquiera lavarnos los dientes, pues a pesar de la depuración siempre puede existir algún problema. Me llevaré la botella de agua mineral, está caliente, pero por lo menos sé que estoy seguro.
Ya estoy en la letrina. Bien, manos a la obra. La verdad es que la gente se porta. Todos aquí son más compañeros y más cívicos, más limpios. Recuerdo aquel campamento donde compartíamos las letrinas con los franceses. No hubo problemas. Pero cuando vinieron los noruegos, su jefe se quejó de la limpieza en los aseos. ¡Vaya! ¿Dónde se piensan que venían? Lo peor es lo de hacerlo en un triste agujero que va a la fosa séptica, ¿Por qué los americanos tienen contenedores con retretes y nosotros no? Claro, el tío Sam tiene mucho dinero.
Me afeito, saludo a los compañeros: «¡Hola qué tal! ¿Hay mus esta noche? Vale, luego nos vemos en la cafetería». Lo bueno de esto es que aquí conoces a mucha gente y hay mucho compañerismo.Más que disciplina. Lo da la supervivencia. Todos tenemos los mismos problemas y, al final, somos como hermanos, somos una familia.
Bueno, ya estamos aquí: el café de todos los días, la leche, la mermelada, las tostadas y los bollos de plástico. Esto no cambia, cuando vuelva a casa me tomaré un desayuno como los de los hoteles. Mejor, me pasaré a la manteca colorá que ha traído el chico ese nuevo de Cádiz. Buena gente. En fin, listos y a trabajar, ya están los pelmas estos de Tierra con su dichosa Diana. ¡Pero para que queremos que nos toquen Diana! Si por lo menos fuese con una corneta de verdad. Pero lo hacen con la típica versión en lata.
Otro día mas lleno de papeles. Ni aquí desaparecen. Me gustaría saber para qué tanto papeleo. Parecemos una oficina y los chavales son cada vez menos aguerridos. Mucho más modernos, pero si de verdad ésto se convierte en El Alamo aguantaremos hasta que los americanos vengan a rescatarnos. Creo que sí, la supervivencia puede mucho. Recuerdo la frase: «Súplase la falta con el ingenio», típica de esta empresa.
Bueno vamos allá, hoy vamos a terminar temprano. Es sábado. Aunque aquí no hay sábados, ni domingos, ni diferencias de un día a otro. Bueno, vamos a salir en grupo con los nuevos a ver la ciudad, quiero decir, eso que llaman ciudad, para comprar algo, nada más.
Buenas alfombras y baratas, y eso que este afgano me ha multiplicado por 10 el precio. ¡A regatear! Hay que ver qué simpático. Hablamos de negocios, y dice que España es estupenda. Le pregunto y no tiene ni idea de dónde está España y cómo es. Lo único que sabe decir es: «Real Madrid, Raúl». Claro, él también sería estupendo y le hablaría bien de su país si me dejase un 1.000 por 100 de ganancia.
MAL VISTOS
Los chicos que patrullan por fuera del recinto dicen que las caras de los afganos, como que no les gustan. Matices. Seguro que luego sale un político diciendo que se equivocan, que están lejos de casa y piensan que no les quieren. Pero, la verdad, es que la población local no ve con buenos ojos a un Ejército de ocupación extranjero tras tres años de finalizar el problema talibán. Como siempre, las provincias están mandadas por los señores de la guerra que no tienen interés en que unos extranjeros vengan a estropearles su negocio de las drogas y, de paso, quitarles su poder con elecciones y con la igualdad de la mujer. Por eso nos miran con temor, odio o desconfianza, y azuzan a los niños a que nos apedreen para realizar intifadas.
Hablo con la familia por teléfono. Estamos bien comunicados y contactamos con ellos a menudo. También los mail van y vienen.Es muy importante. En fin, pronto a casa. Espero que esto cambie y nos parezcamos más a estos italianos. No me hace falta parecerme a los americanos. Eso sería un sueño. Me conformo con acercarme a los portugueses o a los italianos. Por lo menos no andaríamos con aquello de: «Súplase con el ingenio...».
Transcripción: Juan Carlos de la Cal
Fuente: El Mundo
No hay comentarios :
Publicar un comentario